Hace medio siglo, el arquitecto Jaime Ortiz Marino lideró una revolución sobre ruedas en Bogotá. Con un permiso en mano, el 15 de diciembre de 1974 organizó una protesta que cerró calles a los autos y permitió a 5.000 personas recorrer la ciudad en bicicleta. Así nació la Ciclovía, una tradición dominical que hoy inspira a más de 200 ciudades en todo el mundo.
Cada domingo, 1,7 millones de bogotanos disfrutan de 127 kilómetros de calles libres de automóviles, donde caminan, pedalean, patinan y realizan actividades físicas. Este espacio, considerado “el aula cívica al aire libre más grande del mundo”, no solo es un respiro frente al tráfico y la contaminación, sino una parte esencial del alma de la capital colombiana.
“La Ciclovía es un orgullo de Bogotá y un ejemplo global de cómo las ciudades pueden recuperar espacios para las personas”, afirma Ortiz Marino, ahora de 78 años, quien observa con satisfacción cómo su iniciativa sigue transformando vidas.